Colonialismo y Dependencia

Lawrence Harrison escribió el ensayo “La Cultura Importa” que es resumen del libro coeditado con Samuel P. Hunttington “Culture Matters How Values Shape Human Progress” (2000) en el que varios autores escriben sobre  diferentes aspectos del factor cultural.   Harrison realiza un análisis de la influencia marxista en el pensamiento económico que aún conserva adeptos entre los círculos académicos e intelectuales del continente.

Explicando el Fracaso: Colonialismo y Dependencia

Como se hizo evidente que los problemas de subdesarrollo fueron más difíciles que lo que los expertos en desarrollo habían predicho, dos explicaciones con raíces marxista-leninistas llegaron a dominar la política de los países pobres y las universidades de los países ricos: colonialismo y dependencia.

Lenin había identificado el imperialismo como una etapa tardía e inevitable del capitalismo que refleja lo que veía como la incapacidad de los países capitalistas cada vez más monopolistas para encontrar mercados internos para sus productos y capital. De las antiguas colonias, posesiones o países subordinados que habían ganado recientemente la independencia, el imperialismo era una realidad que dejó una huella profunda en la psique nacional y presentó una explicación lista para el subdesarrollo–especialmente en África, donde las fronteras nacionales habían sido a menudo arbitrariamente elaboradas sin referencia a la homogeneidad de la cultura o la coherencia tribal.

Para los países en lo que vendría a ser llamado el tercer mundo que habían sido independiente durante un siglo o más, como en América Latina, el “imperialismo” tomó la forma de “dependencia”–la teoría de que los países pobres de “la periferia” fueron estafados por los países ricos capitalistas del “centro”. Estos países supuestamente deprimían los precios del mercado mundial de productos básicos e inflaban los precios de los productos manufacturados, permitiendo a sus multinacionales extraer ganancias excesivas.

La injusticia de la dependencia fue popularizada por el escritor uruguayo Eduardo Galeano, cuyo libro fenomenalmente exitoso, “Las Venas Abiertas de América Latina”, fue publicado en 1971 (desde entonces ha sido reeditado sesenta siete veces). Las siguientes líneas captan su esencia:

América Latina es la región de venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta la actualidad, nuestra riqueza ha sido tomada de nosotros primero por el capital europeo y luego por la capital estadounidense y se ha acumulado en los lejanos centros de poder…. La división internacional del trabajo consiste en que algunos países se especializan en hacerse ricos y algunos en hacerse pobres.

Las raíces marxista-leninistas de la teoría de la dependencia son evidentes en otro libro publicado en el mismo año con el título de “Dependencia y Desarrollo en América Latina”. Los autores fueron Fernando Henrique Cardoso, hoy Presidente de Brasil y Enzo Faletto, un argentino. El libro, en marcado contraste con las políticas centristas, democráticas-capitalistas del Presidente Cardoso desde 1993, concluye:

No es realista imaginar que el desarrollo capitalista resolverá los problemas básicos para la mayoría de la población. Al final, lo que tiene que examinarse como una alternativa no es la consolidación del Estado y alcanzar el “capitalismo autónomo” sino cómo reemplazarlos. La pregunta importante, entonces, es cómo construir caminos hacia el socialismo. Lawrence E. Harrison. “La Cultura Importa”. The National Interest, Summer 2000

Veamos en qué consiste la “teoría de la dependencia” que estuvo en boga en toda América Latina como explicación del atraso económico y social de la región.

Las primeras ideas fueron desarrolladas por André Gunder Frank en una ponencia presentada en el Congreso Cultural de la Habana en enero de 1968 titulada “Latinoamérica, subdesarrollo capitalista o revolución socialista”, y también desarrollada por Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto en 1969 en su libro “Desarrollo y dependencia en América Latina”.

Pero estas ideas, a su vez, fueron producto del hallazgo realizado por Hans Singer, luego incorporado en un informe de la recién creada Comisión Económica para América Latina (CEPAL), presentado por Raúl Prebisch en 1950. De acuerdo a Wikipedia, esta teoría, llamada Tesis de Prebisch-Singer:

En un trabajo hecho para la Subcomisión de Desarrollo Económico de la Organización de las Naciones Unidas, “Post-war relations between under-developed and industrialized countries”, Singer mostró que durante el medio siglo previo al comienzo de la Segunda Guerra Mundial los precios relativos de las materias primas o commodities habían disminuido constantemente respecto de los de las manufacturas. Singer señaló también, lo que le valió duras críticas de los economistas ortodoxos, el dilema ético que planteaba esta creciente trasferencia de recursos de los países más pobres hacia los más ricos. Raúl Prebisch, primer secretario ejecutivo de la entonces recientemente creada Comisión Económica para América Latina (CEPAL), usó el trabajo de Singer en el informe Economic Survey of Latin America (más conocido como Manifiesto de La Habana) presentado en la 2ª sesión del organismo realizada en La Habana (Cuba) del 26 de mayo al 4 de junio de 1950. Las 50 páginas del Manifiesto identificaron claramente un importante factor del subdesarrollo latinoamericano: su subordinación a las reglas del mercado establecidas por las grandes potencias, los países más industrializados. Centrado en las variaciones de precios de las exportaciones e importaciones y su efecto en la balanza de pagos, el informe causó conmoción en los círculos económicos académicos y dio notoriedad al concepto de deterioro de los términos de intercambio. Este concepto —que actualmente se denomina Tesis (o Hipótesis o Teoría) de Prebisch-Singer—. Wikipedia. Tesis de Prebisch-Singer.

El estudio de Singer (economista alemán, exiliado y nacionalizado en el Reino Unido), basado en estadísticas reales del comercio internacional, concluía en que los precios relativos (es importante tomar nota de que no se habla de precios absolutos) de las materias primas habían disminuido constantemente respecto de los de las manufacturas, conduciendo a lo que se conoce como el deterioro de los términos de intercambio en el comercio exterior entre países productores de materias primas y países productores de bienes manufacturados o industrializados. No podía ser de otro modo, ya que el precio de las materias primas (granos, minerales, etc.) contiene muy poco valor agregado, en comparación al mayor valor que se agrega en los procesos industriales. Con el paso del tiempo, los productos procesados se van haciendo más sofisticados debido a los rápidos avances tecnológicos, aumentando su valor agregado y reduciendo la participación del valor de las materias primas utilizadas en su producción. Por ejemplo, el valor de las materias primas, básicamente minerales, incorporadas en un teléfono inteligente, apenas da cuenta de un mínimo porcentaje del valor ex-fábrica del mismo. Por el contrario, en la producción de materias primas el avance tecnológico es mucho más lento y generalmente, cuando se produce no es para modificar su naturaleza o sofisticación (por ejemplo, el maíz, como el petróleo, seguirán vendiéndose como tales, sin ningún cambio), sino para aumentar su producción, por la introducción de maquinarias y técnicas para agilizarla y aumentarla. Más aún, dado que el aumento de producción de materias primas aumenta la oferta de las mismas, cuando la demanda de ellas no responde en la misma proporción, los precios de las materias primas se reducen. Pero también aumentan cuando la demanda es mayor que la oferta. Eso puede constarse con los movimientos de precios en el  mercado internacional de commodities, que responden a esas fluctuaciones de oferta y demanda.

El desconocimiento del funcionamiento de la economía de mercado, lleva a algunos analistas, especialmente a los ideologías identificadas con el marxismo, a atribuir los efectos resultantes de su funcionamiento a la voluntad de personas y no a las leyes económicas que los impulsan y a trastocar el lenguaje con objetivos puramente ideológicos. Esto podemos verlo en el párrafo de  Wikipedia sobre la Tesis de Prebisch-Singer antes referido. Es sabido que la información en Wikipedia es producto de la colaboración de muchas personas independientes dispuestas a contribuir en la edición de la misma.

Por ejemplo, habla del “dilema ético que planteaba esta creciente trasferencia de recursos de los países más pobres hacia los más ricos”. Esta frase persigue apelar a la sensibilidad del lector para condenar el supuesto hecho, la “trasferencia de recursos de los países más pobres hacia los más ricos”. Habría que preguntarse, existe tal transferencia? Para que pudiera producirse esa transferencia, los bienes tendrían que intercambiarse no por su verdadero valor, sino por valores fijados a capricho, en este caso, por valores más bajos para las materias primas y más altos para los bienes manufacturados. En realidad tal transferencia no existe y el párrafo lo da como un hecho. Veamos por qué: aún aislando del análisis el asunto de las variaciones de precios ocasionados por la oferta y la demanda, -que en determinados momentos producen más o menos valor agregado, dependiendo de precios altos o bajos para las materias primas-, método de análisis que el mismo Marx utilizó, para concluir que el valor de las mercancías depende del trabajo incorporado en ellas, no de la oferta y la demanda de las mismas; por tanto, según Marx, las mercancías se intercambian por su verdadero valor, no por el capricho de alguien, de ahí que el supuesto de que hay tal transferencia de recursos se cae por su propio peso. Tanto las materias primas como los productos industrializados se intercambian por su verdadero valor, tanto en la teoría marxista como en la teoría subjetiva como en la marginalista.   

Otra falacia está en la siguiente frase: “Las 50 páginas del Manifiesto identificaron claramente un importante factor del subdesarrollo latinoamericano: su subordinación a las reglas del mercado establecidas por las grandes potencias, los países más industrializados”. La falsedad de esta frase consiste en lo siguiente: en primer lugar, las reglas del mercado no son establecidas por ninguna persona, institución o gobierno. Son reglas del comercio en cualquier mercado libre, donde hay competencia entre los vendedores como entre los compradores. Los precios en los mercados de materias primas, como en los de bienes manufacturados están regidos por los costos de producción y la oferta y demanda de los mismos. Las estadísticas de producción (oferta) y comercio (compras o demanda) así lo confirman. Es un hecho que cuando existen monopolios, estos pueden influir en la determinación de los precios. Sin embargo, casi no quedan monopolios en el comercio internacional y su capacidad de influencia está limitada por las regulaciones de la UNCTAD (Organización de las Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo). Solamente cuando se carteliza la oferta, es decir, cuando se forma un cartel de países productores que no compiten entre sí, sino que se coluden para reducir la oferta con el objetivo de aumentar los precios. Un ejemplo de esto es el cartel de la OPEP (Organización de Países Productores de Petróleo). En resumen, las reglas del mercado no son “establecidas por las grandes potencias, los países más industrializados”, y consecuentemente tampoco hay subordinación a tales reglas, un ejemplo de la manipulación del lenguaje por personas de ideología victimizante y populista que el marxismo ha producido.

De modo que el estudio de Singer, puramente empírico y basado en cifras reales, descubriendo el deterioro de los términos de intercambio en el comercio exterior, fue convertido por Prebisch y otros seguidores, en una teoría basada en la ideología marxista, no en la realidad.

Luego del Manifiesto de La Habana, de Prebish, André Gunder Frank publica su ensayo “Latinoamérica, subdesarrollo capitalista o revolución socialista” basado en una ponencia presentada en el Congreso Cultural de la Habana en enero de 1968. El ensayo no es más que un intento de aplicación de la dialéctica marxista al análisis de las relaciones económicas dentro y entre los países que resulta en un panfleto repleto de la fraseología marxista de la lucha de clases y de alusiones al imperialismo.

Este ensayo se sustenta en las siguientes tesis:

1. El enemigo inmediato de la liberación nacional en Latinoamérica es, tácticamente, la burguesía propia en Brasil, Bolivia, México, etc. y la burguesía local en las zonas rurales. Así es —incluso en Asia y África— no obstante que estratégicamente el enemigo principal es, innegablemente, el imperialismo. [los énfasis son del autor]

2. La estructura de clases latinomericana fue formada y transformada por el desarrollo de la estructura colonial del capitalismo, desde el mercantilismo hasta el imperialismo. A través de esta estructura colonial las sucesivas metrópolis ibérica, británica y norteamericana han sometido a Latinoamérica a una explotación económica y dominación política que determinaron su actual estructura clasista y sociocultural. La misma estructura colonial se extiende dentro de Latinoamérica, donde las metrópolis nacionales someten a sus centros provinciales, y éstos a los locales, a un semejante colonialismo interno. Puesto que las estructuras se interpenetran totalmente, la determinación de la estructura de clases latinoamericana por la estructura colonial no quita que las contradicciones fundamentales en Latinoamérica sean «internas». Lo mismo vale para Asia y África.

3. Hoy, la lucha antimperialista en América Latina tiene que hacerse a través de la lucha de clases. La movilización popular contra el enemigo inmediato de clase a nivel local y nacional genera una confrontación con el enemigo principal imperialista, más fuerte que la movilización antimperialista directa; y la movilización nacionalista por medio de la alianza política de las «más amplias fuerzas antimperialistas» no desafía adecuadamente al enemigo inmediato clasista, y en general todavía ni siquiera resulta en la verdadera y precisa confrontación con el enemigo imperialista. Esto vale también para los países neocoloniales de Asia y África y quizás para algunos países coloniales a menos que sean ya militarmente ocupados por el imperialismo.

4. La coincidencia estratégica de la lucha de clases y la lucha antimperialista y la precedencia táctica de la lucha de clases en Latinoamérica sobre la lucha antimperialista contra la burguesía metropolitana vale evidentemente para la lucha guerrillera, que debe empezar contra la burguesía del país; y vale también para la lucha política e ideológica que hay que dirigir, no solamente contra el enemigo colonialista e imperialista, sino contra el enemigo de clase criollo. André Gunder Frank. “Latinoamérica, subdesarrollo capitalista o revolución socialista”. 1968

Más adelante, en 1965, se publicó “Capitalismo y Subdesarrollo en América Latina”, una selección de textos escritos en diversas fechas, consistente en un análisis del subdesarrollo en Chile y Brasil, y del “problema indígena” y la inversión extranjera en América Latina. Luego, en la edición de septiembre de 1966 de Monthly Review, Gunder Frank publica el ensayo “El desarrollo del subdesarrollo”.

El argumento principal de Frank era que en nuestro mundo interconectado y globalizado, algunos países son ganadores, mientras que otros son perdedores. Según la teoría de la dependencia, la gente de los países menos desarrollados no tiene la culpa para que sus sociedades no se desarrollen. En su lugar, sugirió que las naciones occidentales deliberadamente no desarrollaron estos países. Argumentó que históricamente, naciones “fundamentales” como los EE.UU. y el Reino Unido, que conforman la “metrópolis” de élite, explotaba a las naciones “periféricas” manteniéndolas como satélites en un estado de dependencia y subdesarrollo. Las naciones desarrolladas se hicieron ricas explotando a las naciones más pobres y utilizándolas como fuente de materias primas y mano de obra baratas. Afirmó que esta relación de explotación fue evidente a lo largo de la historia (por ejemplo, en la práctica de la esclavitud y en la colonización occidental de otras partes del mundo) y fue mantenida en el siglo XX a través de la dominación del comercio internacional por los países occidentales, el surgimiento de grandes empresas multinacionales y la dependencia de la ayuda occidental de los países menos adelantados. The BIG Thinkers. Andre Gunder Frank.

La teoría de la dependencia, que presentaba a América Latina y otros países de la “periferia” del sistema capitalista como una víctima de los países ricos y desarrollados del “centro” no hizo más que reforzar el fatalismo con un análisis falso que intentaba culpar a otros de nuestros propios fracasos e incapacidades, producto de los vicios y valores culturales prevalecientes.

Kaiser y Álvarez reseñan elementos importantes de la teoría de la dependencia en los siguientes párrafos.

En palabras del principal teórico de la dependencia, André Gunder Frank … el subdesarrollo en América Latina era «creado por el  mismo proceso que genera el desarrollo económico: el desarrollo del capitalismo en sí mismo».[44] En otras palabras, según Frank, quien se convertiría en asesor del presidente marxista chileno Salvador Allende, el capitalismo era un juego de suma cero donde unos ganan porque los otros pierden. Y la solución para Frank era el camino revolucionario. En su libro Latin America: Underdevelopment or Revolution, Frank explicó que su esfuerzo apuntaba a esparcir la Revolución cubana por todo el continente y que esa era la única forma de superar la miseria creada por el capitalismo.

El subdesarrollo en América Latina surge como resultado de la estructura colonial del desarrollo del capitalismo mundial. Esta estructura ha penetrado en toda América Latina, formando y transformando la estructura colonial y de clase subdesarrollada a nivel  nacional y local a lo largo y ancho del continente. Como resultado, el subdesarrollo seguirá en América Latina hasta que su gente se libere de esta estructura de la única manera posible: por la victoria revolucionaria violenta sobre su propia burguesía y sobre el imperialismo.[46]

Como explicó Hal Brands, de la Universidad de Harvard, la teoría de la dependencia ofreció una excusa perfecta a los políticos [de América Latina] en tiempos de la guerra fría para culpar a Estados Unidos de su propio fracaso en realizar las reformas necesarias para mejorar la calidad de vida de la población.[50] Pero, además —afirma Brands—, esta teoría sirvió como una explicación y excusa psicológicamente seductora ante décadas de frustración producto del  subdesarrollo de la región.[51] Axel Kaiser y Gloria Álvarez. El engaño populista. 2016.

Otros aspectos adicionales se ofrecen en una publicación de la Revisa Canadiense de Estudios del Desarrollo.

La teoría de la dependencia, como llegó a llamarse, fue elaborada a finales de la década de 1960 y principios de 1970 en tres formas: (1) el desarrollo del subdesarrollo, una tesis avanzada por Andre Gunder Frank con referencia a un modelo metrópolis-satélite del sistema capitalista mundial ; (2) una teoría elaborada por tres eruditos marxistas brasileños – Mauro Marini (1974), Theotonio Dos Santos (2003) y Vania Bambirra (1986) – quien argumentó que la estructura de la periferia central del sistema capitalista mundial funcionaba como un mecanismo de superexplotación ; y (3) una teoría del desarrollo dependiente asociado propuesta por Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1969), que fue construida en el marco de la escuela CEPAL de estructuralismo latinoamericano asociada con un enfoque reformista del cambio social (basado en el capitalismo más que en el socialismo).

… Estos teóricos neomarxistas de la dependencia argumentaron que la estructura de las relaciones Norte-Sur se asemejaba a la relación capital-trabajo en la medida en que se basaba en la apropiación del superávit económico; una serie de mecanismos para extraer el valor excedente de la riqueza generada por la clase trabajadora y los productores directos de la economía periférica. Además, estos teóricos no compartieron la fe de los teóricos de la ECLA en un modelo de industrialización de sustitución de importaciones basado en el organismo de la burguesía nacional. … La única solución era abandonar el capitalismo, derrocándolo en un proceso de lucha revolucionaria.

,,, Esta teoría de la dependencia tenía una influencia considerable en la academia en la década de 1970, desplazando efectivamente la teoría de la modernización como marco para el análisis de la dinámica del desarrollo (capitalista). Immanuel Wallerstein, por ejemplo, anunció triunfalmente la muerte de la teoría de la modernización. Pero con el surgimiento de los países recién industrializados (NIC) en la periferia asiática del sistema, que contradecía las expectativas y conclusiones derivadas de él, la teoría fue sometida a una prueba de realidad que condujo a un gran debate interno y un abandono de la misma en algunos círculos y un serio replanteamiento de sus proposiciones centrales en otros. Henry Veltmeyer & Raúl Delgado Wise (2018): Rethinking development from a Latin American perspective, Canadian Journal of Development Studies / Revue canadienne d’études du développement.

Aunque comparten las bases del análisis neomarxista de Gunder Frank, Prebisch, Cardoso y Faletto diferían en las soluciones al subdesarrollo.

Prebisch y otros pensaron que el desarrollo económico podría lograrse a través de una serie de prescripciones de política económica que alentarían a la industria nacional. Como argumenta Ramón Grosfoguel, este enfoque estadístico del desarrollo es anterior a la teoría de la dependencia en aproximadamente un siglo en América Latina (2000). Fernando Cardoso y Enrique Faletto (1979) coincidieron, argumentando que la organización de los mercados nacionales internos y los arreglos políticos nacionales pueden afectar el grado de dependencia. En consecuencia, Prebisch, Cardoso y Faletto abogaron por políticas económicas proteccionistas que permitieran el desarrollo de los mercados internos (Ibid). La industrialización por sustitución de importaciones (ISI) lograría este objetivo al agregar aranceles elevados a los productos manufacturados importados del Norte global, subsidiando efectivamente la industria nacional.

Para lograr la industrialización Prebisch estimaba como necesaria la intervención del gobierno, no solo con medidas proteccionistas y de fomento, sino también con medidas como inversión en infraestructura y la transferencia de recursos financieros y tecnológicos. Esa es la parte práctica de la teoría que sostuvo y que hizo suya la CEPAL como recomendación a los gobiernos latinoamericanos

La parte filosófica es menos conocida. En un breve ensayo publicado en la Revista de la CEPAL, Prebisch expresa las bases de su opción por la planificación económica estatal para redistribuir el excedente de las empresas hacia los trabajadores.

“El sistema de acumulación y distribución de los beneficios del progreso técnico no está sujeto a ningún principio regulador desde el punto de vista del interés colectivo. Si la apropiación es arbitraria cuando prevalecen las leyes del mercado, también lo es la redistribución cuando el poder político y sindical se convierte en un contrapeso a esas leyes. Por lo tanto, es esencial que el Estado regule el uso social del superávit, a fin de intensificar la tasa de acumulación y corregir progresivamente las disparidades distributivas de carácter estructural, que son bastante distintas de las disparidades funcionales.

En el fondo, sólo hay dos formas en que el Estado puede llevar a cabo esta actividad reglamentaria: tomando en sus propias manos la propiedad y gestión de los medios de producción que dan lugar al excedente; o utilizando el excedente en un espíritu de racionalidad colectiva sin concentrar la propiedad en sus propias manos.

La importancia política y económica de estas dos opciones es esencialmente diferente. Me inclino por el segundo debido a dos consideraciones fundamentales. En primer lugar, porque los principales defectos del sistema no residen en la propiedad privada, sino en la apropiación privada del excedente y en las consecuencias perjudiciales de la concentración de los medios de producción. En segundo lugar, porque la primera opción es incompatible con el concepto primordial de democracia y los derechos humanos inherentes a ella, mientras que en la segunda ese concepto se vuelve plenamente compatible, tanto en la teoría como en la práctica, con un desarrollo vigoroso y equidad distributiva.

La transformación del sistema requiere necesariamente aumentar la tasa de acumulación de capital reproductivo, particularmente a expensas del consumo de los estratos superiores. El uso social del excedente permite hacerlo mediante la difusión de la propiedad del capital entre la fuerza de trabajo gracias al superávit de las grandes empresas en cuyas manos se concentran la mayoría de los medios de producción. En el resto de las empresas, los propios propietarios asumirían una mayor acumulación, pero a medida que aumentaran en la escala de capital una proporción cada vez mayor tendría que ir a la fuerza de trabajo para evitar la concentración. La transformación del sistema requiere necesariamente aumentar la tasa de acumulación de capital reproductivo, particularmente a expensas del consumo de los estratos superiores. El uso social del excedente permite hacerlo mediante la difusión de la propiedad del capital entre la fuerza de trabajo gracias al superávit de las grandes empresas en cuyas manos se concentran la mayoría de los medios de producción. En el resto de las empresas, los propios propietarios asumirían una mayor acumulación, pero a medida que aumentaran en la escala de capital una proporción cada vez mayor tendría que ir a la fuerza de trabajo para evitar la concentración. CEPAL Review No. 13. The Latin American periphery in the global system of capitalism. 1981.

Como puede verse, Prebisch rechazaba las ideas marxistas de Gunder Frank sobre la lucha de clases y la destrucción de la “burguesía” como solución al subdesarrollo, ya que los consideraba “incompatible con el concepto primordial de democracia y los derechos humanos inherentes” al derecho a la propiedad privada.

La solución de Prebisch al subdesarrollo es “aumentar la tasa de acumulación de capital reproductivo, particularmente a expensas del consumo de los estratos superiores” es decir, la apropiación por el Estado, no de la propiedad de las empresas, sino de parte del excedente que él dice se dedica al consumo de los estratos superiores. Pero, cómo podría saberse qué parte se dedica al consumo y qué parte a la inversión? En este punto su propuesta se torna disfuncional. De hecho, hasta hoy persiste el debate sobre el impuesto máximo que puede ponerse a las utilidades de las empresas sin que no sea un desincentivo a la inversión, la fuente del progreso. a la que Prebisch se refiere como la “tasa de acumulación de capital reproductivo” que su propuesta pretende incrementar.

Aún en el caso imaginario de que se pudiera determinar cuánto sería el monto que el Estado podría extraer de las empresas de ganancias destinadas al consumo, sin que estas reduzcan el nivel de inversión necesario para seguir creciendo –aunque a Prebisch no le parece conveniente que crezcan mucho- es interesante preguntarse cómo se operativizaría su propuesta de “la difusión de la propiedad del capital entre la fuerza de trabajo”. No lo dijo. Algo que no es realista de tal propuesta es que los trabajadores se conviertan en empresarios de la noche a la mañana, obviando que la sola entrega de capital no garantiza que se conviertan mágicamente en emprendedores. Prebisch, como muchos otros, cometen el grave error de ignorar la naturaleza excepcional y las características de los emprendedores que los hacen convertirse en empresarios. Precisamente por eso son pocos y destacan sobre la gran mayoría. Esta es otra muestra del pensamiento simplista del igualitarismo. Sin embargo, si algo positivo hay que reconocerle a Prebisch es esta novedosa aunque ilusoria o impráctica idea en su tiempo, orientada a gravar las ganancias de las empresas para continuar generando actividad empresarial poniéndolas en manos de más personas, en vez de las propuestas populistas de otros intelectuales y líderes de izquierda de utilizar esos impuestos para distribuirlos con fines de consumo, que no generan más actividad económica, sino dependencia. De hecho, algo se puede rescatar de ella, pues el Estado puede utilizar recursos para programas de fomento del emprendimiento, con componentes educativos y financieros.

Otro grave error de Prebisch es suponer que siempre hay “consecuencias perjudiciales de la concentración de los medios de producción”. Ignora por completo que para el desarrollo de ciertas industrias son necesarias las economías de escala, donde existe un umbral mínimo para el tamaño de la empresa, pues de otra manera no sería rentable determinada actividad económica. El mayor tamaño de la empresa es particularmente muchas veces determinante para la reducción de costos de producción y por ende, de precios en los productos finales, como también es determinante para servir mercados de exportación de amplia demanda. Renunciar a la concentración de capital produce precisamente lo opuesto a lo que se pretende, que es salir del subdesarrollo, caracterizado precisamente por la debilidad del tejido empresarial, una de cuyas características es el pequeño tamaño de las empresas, orientadas a servir pequeños mercados locales.

La contribución de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto a la teoría de la dependencia es expuesta principalmente en su libro “Dependencia y desarrollo en América Latina” escrito en 1966-67. El contenido es un análisis político-sociológico, carente de análisis económico y de demostración empírica, una mezcolanza de conceptos y temas en un lenguaje confuso y lleno de calificativos, sin propuestas ni conclusión clara, que contrastan con el lenguaje más claro, preciso y conciso de Prebisch. 

Al final, estas teorías fueron abandonadas, tanto por su incapacidad de explicar las causas reales del subdesarrollo, como por la inviabilidad o la inefectividad de las soluciones que proponía.

Ni el “colonialismo” ni la “dependencia” tienen mucha credibilidad hoy. Para muchos, entre ellos algunos africanos, el estatuto de limitaciones sobre el colonialismo como explicación del subdesarrollo caducó hace mucho tiempo. Además, cuatro antiguas colonias, dos británicas (Hong Kong y Singapur) y dos japonesas (Corea del Sur y Taiwán), son ahora parte del primer mundo. Rara vez se menciona hoy la dependencia, ni siquiera en las universidades estadounidenses, donde hace no muchos años era un concepto popular que no permitía ningún desacuerdo. Contribuyeron a la desaparición de la teoría de la dependencia, entre otros factores, la caída del comunismo en Europa Oriental; la transformación del comunismo en China en el autoritarismo convencional, cada vez más libre mercado; el colapso de la economía cubana, después de que Rusia detuvo masivas subvenciones soviéticas; el éxito de los dragones asiáticos en el mercado mundial; la derrota decisiva de los Sandinistas en las elecciones de Nicaragua de 1990; y el abandono de la estridencia anti-Yanqui contra la iniciativa de México para unirse a Canadá y los Estados Unidos en el NAFTA. Lawrence E. Harrison. “La Cultura Importa”. The National Interest, Summer 2000

En efecto, hoy ningún economista serio puede sostener la validez de los postulados de la teoría de la dependencia, ante las evidencias que demuestran su falsedad.

Pocos años después de su publicación conjunta, el “Manual del perfecto idiota latinoamericano”,   Carlos Alberto Montaner escribió otra obra “Las raíces torcidas de América Latina”, que, más que refutar la teoría de la dependencia, se ampliaba sobre varios aspectos que inciden en el subdesarrollo latinoamericano. Por brevedad, aquí vamos a tomar la parte correspondiente a su referencia a la economía.

LA ECONOMÍA QUE NACIÓ TORCIDA

¿En qué medida el racismo, las injustas jerarquías surgidas de la conquista y de la colonización, o el desencuentro de todos con el Estado generaron en América Latina el caldo de cultivo para un desarrollo económico tremendamente deficiente? Sin duda estos son factores importantes, pero hay también un mar de fondo que tiene que ver con la visión trasplantada por los españoles a América, de alguna manera prolongada hasta nuestros días.

Vale la pena recordar una emblemática anécdota que ilustra el problema con suficiente claridad. Los costarricenses estrenaron el siglo XXI con una sorda lucha sindical destinada a impedir que el gobierno flexibilizara muy moderadamente el monopolio estatal de teléfonos y electricidad, permitiéndole asociarse con grandes empresas extranjeras portadoras de capital y tecnología. La oposición a esa medida ―indispensable en el mundo actual― fue larga y destructiva.

No hay duda: en América Latina el gran debate económico de fines del siglo XX y principios del XXI gira en torno al deslinde entre las esferas pública y privada. No era el costarricense un caso aislado. Por el contrario: poco antes, en Colombia, había sucedido algo parecido. Y en Guatemala, en El Salvador, en Uruguay o en Argentina: en rigor, en toda América Latina. Invariablemente, la idea subyacente establecía que los intereses de la sociedad siempre iban a estar mejor tutelados por el Estado que por los codiciosos capitalistas, contradictoria conclusión en sociedades que simultáneamente sostienen que el Estado es un pésimo, corrupto y dispendioso administrador. Además ―y aquí viene el argumento patriótico con relación a las privatizaciones―, cualquier enajenación de los bienes públicos de producción es sólo una forma de debilitar la fortaleza económica de la nación. La patria no sólo está constituida por un territorio, una etnia (o varias), una tradición, unas instituciones, una lengua (o varias), un vínculo espiritual, una memoria histórica y un proyecto común, sino a eso se agregan, por razones no muy claras, las centrales eléctricas, las comunicaciones, las minas, los seguros, (a veces) los bancos, o ciertas fábricas, aunque funcionen deficientemente. La clave radica en que a la empresa en cuestión pueda colgársele el vaporoso calificativo de «estratégica» y la sociedad se convenza de que es un peligro dejarla bajo el control de empresarios incapaces de actuar responsablemente. La frase famosa del soldado norteamericano Stephen Decatur ―«mi patria con razón o sin ella»― se desdobla en una curiosa variante: «mi empresa nacional, que es la patria con chimenea, aunque produzca poco y mal».

¿Otras razones para oponerse a las privatizaciones? Por supuesto. El costo de estos servicios ―una vez en manos privadas― seguramente aumentaría, y, probablemente, algunos empresarios nativos o extranjeros se beneficiarían copiosamente, algo que repugna a la sensibilidad general de los latinoamericanos, que prefieren que los precios de los servicios públicos y los de los productos de primera necesidad los fije el gobierno de una manera «justa», es decir, subsidiándolos desde la tesorería general de la nación. No hay en el universo latinoamericano demasiado aprecio por los empresarios triunfadores o por los capitanes de industria. La lista de los cien hombres más ricos del país casi siempre coincide milimétricamente con los cien más odiados: se les suele culpar de la extendida pobreza que padecen los latinoamericanos. Los millones que son indigentes y se alimentan mal supuestamente son las víctimas de estos inescrupulosos millonarios. Es lo que dice la izquierda, lo que se repite desde numerosos púlpitos religiosos, lo que se asegura en las universidades. Ése es el catecismo de todos los partidos populistas, y en América Latina casi todas las fuerzas políticas, incluidas las conservadoras, recurren a ese lenguaje y a esos esquemas de razonamiento.

¿Se sostienen esas críticas? Sí, muchas veces, pero tal vez no exactamente por lo que afirman los detractores de la libre empresa. Lo que generalmente funciona mal en América Latina no son el mercado y la competencia, sino su ausencia. Lo censurable es la colusión constante entre empresarios y gobiernos para la venta de influencias y para la adjudicación tramposa de contratos públicos. Los empresarios latinoamericanos ―con excepciones notables, naturalmente― desde hace siglos han descubierto que el poder económico les da poder político y capacidad de intriga para continuar enriqueciéndose, mientras los gobernantes ―también con plausibles excepciones― saben que el poder político les da acceso al poder económico, lo que a su vez les multiplica las oportunidades de aumentar el poder político. Son dos corrupciones complementarias que se retroalimentan.

Pero el agrio debate sobre las privatizaciones es sólo una pieza dentro de un panorama mucho más amplio y generalizado. La verdad es que los latinoamericanos no tienen mucha estima por la economía de mercado. En los mencionados ejemplos eran los sindicalistas y numerosos usuarios los que se oponían a la privatización y optaban por estados-empresarios, pero cuando las reformas propuestas por gobiernos abrumados por la falta de recursos consisten en la apertura de mercado, en la reducción de la protección arancelaria o en el fin de los subsidios, entonces los que protestan son los productores locales, y entre las razones que esgrimen, al margen de las estrictamente económicas («los trabajadores locales perderían sus trabajos»), comparece el inevitable factor moral: «hay que proteger a la industria nacional de la competencia extranjera». Si los más pobres relacionaban a la patria con las empresas públicas, los más ricos se las agencian para convertir el subsidio en otra expresión del amor al país.

Por la otra punta, el fenómeno también encuentra su verificación más palmaria: nunca han sido más populares los gobernantes latinoamericanos que cuando han ensayado las «nacionalizaciones» de bienes privados. Ése suele ser el mayor atractivo de casi todos los programas políticos exitosos. Gran parte de la leyenda y el prestigio del mexicano Lázaro Cárdenas, del argentino Juan Domingo Perón, del venezolano Carlos Andrés Pérez ―al menos durante su primer período―, del costarricense José Figueres o del boliviano Paz Estenssoro se debe a las nacionalizaciones de bienes extranjeros, independientemente del resultado de esas medidas. Ahí, y en las «reformas agrarias» mil veces ensayadas, todas encaminadas a quebrar los latifundios, se satisfacían tres intensas pasiones latinoamericanas: privar a los extranjeros de sus bienes [y a veces a los propietarios locales], supuestamente enriquecer a la patria, y contribuir a la felicidad económica de los individuos. El objetivo, pues, de muchos ciudadanos latinoamericanos es vivir del Estado, y no que el Estado viva de los ciudadanos, norma que, sensu contrario, es la divisa de las sociedades más desarrolladas del planeta.

Por otra parte, las percepciones generales tampoco refuerzan la idea de la libertad económica. Si se le pregunta a un grupo de latinoamericanos si los precios deben ser dejados al libre juego de la oferta y demanda, o si deben ser fijados por economistas justos, graduados en buenas universidades, la respuesta más frecuente apuntará a la segunda opción. Y si la pregunta se refiere a los salarios de los trabajadores o al costo de los alquileres de las viviendas, la reacción será similar: generalmente esperan que la justicia económica se haga desde fuera por personas cargadas de buenas intenciones éticas y con poder suficiente como para imponer su criterio, pero nunca como resultado del mercado o de acuerdos libremente pactados. Hay que admitirlo: la libertad económica no tiene muchos adeptos en la región. Sus premisas resultan contrarias a la intuición popular.

¿Es este sumario juicio de la economía y de las fuerzas productivas ―que muestra una mentalidad estatista, reglamentista y anti-mercado― sustentado por la inmensa mayoría de los latinoamericanos el resultado de una ponderación objetiva de los logros económicos de la región? No parece. Si algo resulta obvio en América Latina ―contrastada con Estados Unidos, Canadá, Europa, Japón y otros enclaves asiáticos―, es la debilidad del aparato productor. Las empresas nacionales ―las públicas y las privadas― producen poco, generalmente con muy baja calidad y poco valor añadido, y ―por lo menos en el caso de las públicas― con un gran desprecio por los costes reales de la operación. Los modos de distribución no suelen ser eficientes. La gerencia no dispone de los instrumentos administrativos modernos. Los sistemas bancarios no son fiables, y la legislación que los regula es muy pobre. Las innovaciones son mínimas y la creación original prácticamente inexistente. Todo ello incide en el alto número de desocupados, en salarios bajos, y en penosas condiciones de trabajo. Asimismo, hay una falta crónica de capital, y una buena parte del que podría estar disponible se «fuga» hacia otros países en los que existen reglas claras, hay mayores garantías legales, y el valor de la moneda no se evapora como consecuencia de la inflación permanente vinculada al desorden de las recaudaciones fiscales y el gasto público.

¿Cómo se explica este divorcio tan agudo de la sociedad latinoamericana con el modelo económico de Occidente? Para entenderlo es conveniente ensayar una mirada histórica. Hay ideas centenarias, a veces milenarias, que se quedan enquistadas en la memoria intelectual de los pueblos ―con frecuencia inadvertidamente―, y que acaban por conformar creencias, estimular actitudes y provocar comportamientos. Es muy probable que un sindicalista rural boliviano o un pequeño empresario paraguayo jamás hayan leído una letra de Aristóteles, o incluso que desconozcan totalmente la existencia de Santo Tomás de Aquino, pero esa ignorancia no los salva de sufrir las consecuencias de estos y otros poderosos pensadores de nuestra tradición. Fue Keynes el que dijo que inevitablemente vivíamos bajo el influjo de algún oscuro economista del pasado. Podía haber añadido de un «teólogo» o de un «filósofo». Y así es: las ideas tienen consecuencias. Incluso las más antiguas. Carlos Alberto Montaner. “Las raíces torcidas de América Latina. Cómo la historia y la cultura contribuyeron a moldear la región más pobre, inestable y atrasada de occidente” (2001).

La mirada histórica a la que se refiere Montaner es la herencia española y portuguesa en Iberoamérica. En una entrevista de la agencia EFE, responde a preguntas, entre ellas algunas sobre temas que aborda en otras partes de su libro.

… el autor pone otra vez sobre la mesa la pregunta de por qué, en un mismo continente, Estados Unidos y Canadá alcanzaron el denominado “primer mundo” mientras Latinoamérica continúa en el “tercero”.

“América Latina no despegó (ni despega) en el orden económico o científico porque recibe la influencia de España. Hasta el (año) 1783 los españoles, con Carlos III, no eliminan la condición de indignidad al ejercicio de los oficios manuales”, dice a Efe Montaner.

…”España no podía dar lo que no tenía ni enseñar lo que no sabía. España tuvo una débil Ilustración y la revolución liberal fracasó. Esa realidad social de atraso intelectual la trasladó a América Latina”, ahondó.

Sobre las colonizaciones, Montaner explica en el libro que en Norteamérica los anglosajones tuvieron la suerte de llegar a un lugar con poblaciones dispersas y con poca organización, lo que les permitió fundar a sus anchas, a diferencia del resto de América donde fue más complejo ya que aztecas, mayas e incas fueron civilizaciones difíciles de doblegar.

…”En general”, agrega, “liquidaron la religión, las instituciones, casi todas las lenguas y las estructuras de poder. Conquistaron, crearon un mundo nuevo y arrasaron el viejo”.

En su ensayo, Montaner deja también en negro sobre blanco un hecho histórico paralelo. En el propio año de la “Conquista” (1492), España expulsaba de su territorio a los judíos, un importante activo en materia de economía y emprendimiento.

Ahí establece el autor una línea de conexión con el “miedo” latinoamericano a la libre empresa y a su afición por los productos nacionales, a su juicio una clave del subdesarrollo.

“Por supuesto que el origen de nuestros problemas es cultural, no hay nada biológico en ello. Lo primero es entender que las 25 naciones mejor gobernadas y más prósperas y felices del planeta son ‘democracias liberales’. Ese es nuestro mejor destino”, destaca.

En clara paráfrasis del título del uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) “Las venas abiertas de América Latina”, Montaner busca con su ensayo un contrapunto al advertir que el subdesarrollo de la región no es producto del saqueo capitalista, como indica Galeano, sino de una mala gestión.

Dice que su libro no es exactamente una respuesta, aunque “de alguna forma (es) el antídoto contra el disparatado libro de Galeano”.

“Por cierto, poco antes de morir Galeano renegó de esta obra. Dijo que cuando la escribió no sabía nada de economía. Esa fue una certera y valiente aseveración, aunque habían transcurrido 70 ediciones y el tonto de Hugo Chávez andaba como un loco regalando esa obra a todos sus interlocutores”, apunta el exiliado cubano.

Montaner asegura hacia el final del libro que “en el curso de una generación es posible pasar de la pobreza a la riqueza, del cuarto mundo al primero”.

“Chile está en el umbral de dar el salto a la prosperidad y al desarrollo del ‘primer mundo’. Su ejemplo le ha servido a Perú. Pero todavía hay muchos chilenos atascados en los viejos errores de la ‘Teoría de la dependencia”, afirma a EFE.

“Son gente que culpa ‘al imperialismo’ de haber decidido que nuestras universidades no investiguen, nuestras empresas no sean innovadoras y nuestros emprendedores no existan en el número grande que se ve en otras latitudes. No hay actitud más pegajosa y rentable que culpar a los demás de nuestras problemas y defectos”, critica. Fuente: Montaner vuelve a la polémica con “Las raíces torcidas de América Latina” 18 nov. 2018

De manera similar, Andrés Oppenheimer se refiere al engaño populista y la auto victimización que frenan el avance económico en América Latina.

Tanto en mis entrevistas con líderes mundiales como en mis viajes, una de las cosas que más me sorprendió fue la rapidez con que los países pueden pasar de la pobreza y la desesperanza a la riqueza y el dinamismo. Como veremos a lo largo de este libro, mucho de lo que descubrí me hizo cambiar viejos prejuicios, y me hace ver el futuro con más esperanza que antes.

… América latina tiene dos caminos: el de atraer más inversiones y exportar productos de mayor valor agregado, como lo están haciendo China, India, Chile, Irlanda, Polonia, la República Checa, Letonia y todos los demás países que están creciendo y reduciendo la pobreza, o el de caer en el engaño populista de los capitanes del micrófono que —como Chávez y Castro— culpan a otros por la pobreza en sus países para justificar sus propios desaciertos y perpetuarse en el poder. La elección es fácil, salvo para quienes viven con anteojeras y no quieren ver la realidad: en el mundo hay docenas de países que están reduciendo la pobreza a pasos agigantados aprovechando la globalización, mientras que no existe un solo ejemplo de una nación que esté reduciendo la pobreza ahuyentando el capital y dando golpes en la mesa.  Andrés Oppenheimer.  Cuentos chinos. El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina. 2005.

La persistencia en perseguir la quimera socialista, que tiene su origen en la teoría marxista y la difusión de las ideas socialistas y comunistas, mezcladas con construcciones “teóricas” como la de la dependencia y con el patrioterismo barato, queda bastante explicada por estos autores. 

Arturo J. Solórzano

Junio de 2019

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