La crítica de Schumpeter a la teoría económica de Marx

El siguiente texto corresponde al capítulo 3 del libro “Capitalismo, Socialismo y Democracia” de Joshep Schumpeter titulado “Marx, el Economista”. Se conservan los párrafos fundamentales, en realidad casi todos, no incluyendo aquí, por razón de espacio, algunas partes que pueden considerarse accesorias, como tampoco las notas, pero que son interesantes de conocer.  En adelante, todo el texto corresponde a la fuente.

“Voy a hacer ahora un bosquejo desesperadamente abreviado de
la argumentación de Marx, inevitablemente injusto en muchos puntos
con la estructura de Das Kapital, en parte incompleto y en parte
desmantelado por ataques afortunados.

… Marx cayó con la corriente ordinaria de los teóricos de su tiempo y también de una época posterior haciendo de la teoría del valor la piedra angular de su estructura teórica. Su teoría del valor es la Ricardiana. … Hay mucha diferencia en la redacción, el método de deducción y la implicación sociológica, pero no hay ninguno en el teorema desnudo, el que por sí solo importa al teórico de hoy. Tanto Ricardo como Marx dicen que el valor de cada mercancía es (en perfecto equilibrio y competencia perfecta) proporcional a la cantidad de mano de obra contenida en el producto, siempre que esta mano de obra esté de acuerdo con el estándar existente de eficiencia de la producción (la “cantidad socialmente necesaria de mano de obra”). Ambos miden esta cantidad en horas de trabajo y utilizan el mismo método para reducir las diferentes calidades de trabajo a un solo estándar. Ambos se encuentran con las dificultades de umbral incidentes a este enfoque de manera similar (es decir, Marx se encuentra con ellos como había aprendido a hacer de Ricardo). Tampoco tiene nada útil que decir sobre el monopolio o lo que ahora llamamos competencia imperfecta. Ambos responden a los críticos por los mismos argumentos. Los argumentos de Marx son simplemente menos educados, más prolijos y más “filosóficos” en el peor sentido de esta palabra.

Todo el mundo sabe que esta teoría del valor es insatisfactoria. … Para la economía como ciencia positiva, sin embargo, que tiene que describir o explicar los procesos reales, es mucho más importante preguntar cómo funciona la teoría del valor trabajo como una herramienta de análisis, y el verdadero problema con ella es que lo hace muy mal.

Para empezar, no funciona en absoluto fuera del caso de competencia perfecta. En segundo lugar, incluso con una competencia perfecta nunca funciona sin problemas excepto si el trabajo es el único factor de producción y, además, si el trabajo es todo de un tipo. Si no se cumple alguna de estas dos condiciones, deben introducirse supuestos adicionales y aumentar las dificultades analíticas hasta una medida que pronto se vuelva inmanejable. El razonamiento sobre las líneas de la teoría laboral del valor es, por lo tanto, el razonamiento sobre un caso muy especial sin importancia práctica, aunque algo podría decirse de ello si se interpreta en el sentido de una aproximación a las tendencias históricas de los valores relativos. La teoría que la reemplazó, en su forma más antigua y ahora anticuada, conocida como la teoría de la utilidad marginal, puede reclamar superioridad en muchos aspectos, pero el verdadero argumento es porque es mucho más general y se aplica igualmente bien, por un lado, a los casos de monopolio y competencia imperfecta y, por otro lado, a la presencia de otros factores y de trabajo de muchos tipos y cualidades diferentes. Además, si introducimos en esta teoría los supuestos restrictivos mencionados, la proporcionalidad entre el valor y la cantidad de mano de obra aplicada se deriva de ella. Debe quedar claro, por lo tanto, no sólo que era perfectamente absurdo que los marxistas cuestionaran, como al principio trataron de hacer, la validez de la teoría marginal de la utilidad del valor (que era lo que los enfrentaba), sino también que es incorrecto llamar a la teoría laboral del valor “equivocada”. En cualquier caso, está muerta y enterrada.

… Ninguno de los tópicos usuales acerca del poder de defraudación y engaño de los patronos le satisfacían. Lo que [Marx] quería probar era que la explotación no se derivaba de situaciones individuales de vez en cuando y accidentalmente; sino que era el resultado de la lógica misma del sistema capitalista, inevitablemente y de manera bastante independiente de cualquier intención individual.

Así es como lo hizo. El cerebro, los músculos y los nervios de un obrero constituyen, por así decirlo, un fondo o un stock de mano de obra potencial (Arbeitskraft, generalmente traducido no muy satisfactoriamente como fuerza de trabajo). Este fondo o acervo que Marx considera como una especie de sustancia que existe en una cantidad definida y que en la sociedad capitalista es una mercancía como cualquier otra. Podemos aclarar el pensamiento por nosotros mismos pensando en el caso de la esclavitud: la idea de Marx es que no hay diferencia esencial, aunque hay muchas secundarias, entre el contrato salarial y la compra de un esclavo, lo que el empleador de mano de obra “libre” compra no es de hecho, como en el caso de la esclavitud, los propios obreros, sino una cuota determinada de la suma total de su potencial de trabajo.

Ahora bien, dado que el trabajo en ese sentido (no el servicio de trabajo o la verdadera hora-hombre) es una mercancía, la ley del valor debe aplicarse a ella. Es decir, debe, en equilibrio y competencia perfecta, obtener un salario proporcional al número de horas de trabajo que entró en su “producción”. Pero, ¿qué número de horas de trabajo entra en la “producción” del stock de mano de obra potencial que se almacena dentro de la piel de un obrero? Bueno, el número de horas de trabajo que se necesitaron y necesitan para levantarse, comer, vestirse y albergarse el obrero. Esto constituye el valor de ese acervo, y si vende partes de él, expresados en días, semanas o años, recibirá salarios que corresponden al valor del trabajo de esas partes así como un comerciante de esclavos que vende un esclavo recibiría en equilibrio un precio proporcional al número total de esas horas de trabajo. Debe observarse, una vez más, que Marx se mantiene así cuidadosamente aparte de todos los tópicos populares que en una u otra forma sostenían que, en el mercado de trabajo capitalista, el obrero es robado o engañado o que, en su lamentable debilidad, está simplemente constreñido a aceptar cualesquiera condiciones que se le impongan. La cosa no es tan sencilla; el obrero obtiene el valor pleno de su potencial de trabajo.

Pero una vez que los “capitalistas” han adquirido ese stock de servicios potenciales, están en condiciones de hacer que el trabajador trabaje más horas —prestan más servicios reales— de lo que se necesita para producir ese stock o existencia potencial. Pueden exigir, en este sentido, más horas de trabajo reales de las que han pagado. Dado que los productos resultantes también se venden a un precio proporcional a las horas-hombre que entran en su producción, existe una diferencia entre los dos valores —que surgen de nada más que el modus operandi de la ley marxista de los valores— que necesariamente y en virtud del mecanismo de los mercados capitalistas va al capitalista. Este es el valor de excedente o  plusvalía (Mehrwert). Al apropiarse de él, el trabajo capitalista “explota” al obrero, aunque paga a los obreros no menos que el valor total de su potencial laboral y recibe de los consumidores no más que el valor total de los productos que vende. Una vez más, debe observarse que no hay ningún atractivo para cosas tales como la fijación de precios desleales, la restricción de la producción o el engaño en los mercados de los productos. Marx, por supuesto, no quiso negar la existencia de tales prácticas. Pero las vio en su verdadera perspectiva y, por lo tanto, nunca basó en ellas ninguna conclusión fundamental.

Admiremos, de paso, la pedagogía de la misma: por especial que sea el sentido corriente el significado que ahora adquiere la palabra explotación, por dudoso que sea el apoyo que deriva del derecho natural y las filosofías de los escolásticos y los escritores de la Ilustración, se recibe en la palidez de los argumentos científicos después de todo y por lo tanto sirve el propósito de consolar al discípulo que marcha para luchar sus batallas. Por lo que se refiere a los méritos de este argumento científico, debemos distinguir cuidadosamente dos aspectos del mismo, uno de los cuales ha sido persistentemente descuidado por los críticos.

En el nivel ordinario de la teoría de un proceso económico estacionario es fácil demostrar que bajo las propias suposiciones de Marx la doctrina de la plusvalía es insostenible. La teoría del valor del trabajo, incluso si pudiéramos concederla válida para cualquier otra mercancía nunca se puede aplicar a la mercancía trabajo, ya que esto implicaría que los trabajadores, como las máquinas, son producidos de acuerdo con cálculos racionales de costos. Como no lo son, no hay ninguna justificación para asumir que el valor de la fuerza de trabajo será proporcional a las horas-hombre que entran en su “producción”. Lógicamente Marx habría mejorado su posición si hubiera aceptado la Ley de Hierro del Salario de Lassalle o simplemente hubiera argumentado sobre las líneas maltusianas como lo hizo Ricardo. Pero como se negó muy sabiamente a hacer eso, su teoría de la explotación pierde desde el principio uno de sus puntales esenciales.

… En primer lugar, la teoría de la plusvalía no hace en nada más fácil la resolución de los problemas aludidos anteriormente, que son creados por la discrepancia entre la teoría del valor del trabajo y los hechos patentes de la realidad económica. Por el contrario, los agudiza, porque, según esta teoría, el capital constante —es decir, el capital que no es de salarios- no transmite al producto un valor superior al .que pierde en su producción; únicamente transmite más valor el capital de salarios y los beneficios obtenidos habrán de variar, por consiguiente, de una empresa a otra, según la composición orgánica de sus capitales. Marx cuenta con la competencia entre los capitalistas para llevar a cabo una redistribución tal de la “masa” total de plusvalía .que cada empresa obtenga beneficios proporcionales a su capital total o que se equiparen los tipos singulares de los beneficios. Vemos, fácilmente, que la dificultad entra en la categoría de los falsos problemas que resultan siempre de los intentos de construcción de una teoría artificiosa y la solución pertenece a la categoría de las resoluciones desesperadas.

Marx, sin embargo, creía no solamente que esta solución permitiría establecer la uniformidad necesaria de los tipos de beneficio y explicar cómo, a causa de ello, los precios relativos de las mercancías habían de desviarse de sus valores expresados en trabajo, sino también que su teoría ofrecía una explicación de otra “ley” que ocupó un lugar destacado en la teoría clásica, a saber: la afirmación de que el tipo de beneficio tiene una tendencia inherente a descender. En realidad, esta tendencia se deduce de un modo bastante plausible del aumento de la importancia relativa de la parte constante del capital total en las industrias que producen bienes que llevan incorporados salarios; si la importancia relativa de la instalación y equipo aumenta en estas industrias, como ocurre en el curso de la evolución capitalista, y sí el tipo de plusvalía o el grado de explotación permanece igual, entonces el tipo de rendimiento del capital total decrecerá en general. Este razonamiento ha atraído mucha admiración y, posiblemente, fue mirado por el mismo Marx con toda la satisfacción que acostumbramos sentir cuando una teoría nuestra explica una observación que no en· traba en su construcción. Sería interesante discutirla por sí misma, independientemente de los errores cometidos por Marx al deducirla.

No necesitamos, sin embargo, detenernos a hacerlo, ya que está suficientemente condenada por sus propias premisas. Pero una proposición afín, aunque no idéntica, proporciona a la vez una de las “fuerzas” más importantes de la dinámica de Marx y el eslabón que une la teoría de la explotación y la planta superior del edificio analítico de Marx, denominada, usualmente, teoría de la acumulación.

La parte principal del botín arrancado a la mano de obra explotada (según algunos de sus discípulos, prácticamente todo él) la convierten los capitalistas en capital, esto es, en medio de producción. En sí misma, y prescindiendo del modo de expresión con que la presenta ta fraseología de Marx, ésta no es, por supuesto, más que la afirmación de un hecho bien conocido, descrito por lo general en términos de ahorro e inversión. A Marx, sin embargo, no le bastaba este simple hecho: si el proceso capitalista tenía que desplegarse conforme a una lógica inexorable, ese hecho tenía que ser parte de esta lógica, lo cual significa, prácticamente, que tenía que ser necesario.

… Al exponer la naturaleza de esta compulsión al ahorro voy a aceptar en un punto, por motivos de conveniencia, la teoría de Marx, es decir, voy a admitir, como él, que el ahorro efectuado por la clase capitalista implica, ipso facto un aumento correlativo en el capital rcal. Este aumento tendrá siempre lugar, en primer término, en la parte variable del capital total, en el capital de salarios, aun cuando la intención del ahorrador sea aumentar la parte constante y, en especial, la parte que Ricardo llamaba capital fijo, principalmente la maquinaria.

Al discutir la teoría de la explotación de Marx he subrayado que, en una economía de competencia perfecta, los beneficios de explotación inducirían a los capitalistas a expandir la producción o a intentar expandirla, porque desde el punto de vista de cada uno de ellos esto significaría más beneficio. Ahora bien: para conseguirlo tendrían que acumular. Además, el efecto masivo de este comportamiento tendería a reducir las plus valías a causa de la elevación consiguiente de los tipos de salarios, así como también por una baja subsiguiente de los precios de los productos, lo cual constituye un buen ejemplo de las contradicciones inherentes al capitalismo, que eran tan queridas por el corazón de Marx. Y esta misma tendencia constituirla, también para el capitalista individual, otra razón por la que se sentiría compelido a acumular, aunque, en definitiva, este comportamiento haría, a su vez, empeorar las cosas para la clase capitalista en su conjunto. Habría, por tanto, una especie de coerción hacia la acumulación aun en un sistema estacionario en todo lo demás, el cual, como antes decía, no puede alcanzar un equilibrio estable hasta que la acumulación haya reducido a cero la plus valía y haya destruido así al capitalismo mismo.

Hay, sin embargo, otra fuerza de acumulación mucho más importante y mucho más drásticamente coercitiva. En realidad, la economía capitalista no es ni puede ser estacionaria. Tampoco se expande conforme a un ritmo uniforme. Está, incesantemente, revolucionada desde dentro por un nuevo espíritu de empresa, es decir, por la introducción de nuevas mercancías o nuevos métodos de producción o nuevas posibilidades comerciales en la estructura industrial, tal como existe en cualquier momento. Todas las estructuras existentes y todas las condiciones de la vida económica se hallan siempre en un proceso de transformación. Toda situación es derribada antes de que haya tenido tiempo de desarrollarse plenamente. En la sociedad capitalista el progreso económico significa derrumbamiento. Y, como veremos en la parte siguiente, en un proceso de derrumbamiento funciona la competencia de una manera completamente diferente a como funcionaría en un sistema estacionario, aunque fuese de competencia perfecta.

Constantemente se dan posibilidades de obtener ganancias produciendo cosas nuevas o produciendo cosas antiguas más baratas. y se atraenJ para ello, nuevas inversiones. Estos nuevos productos y estos métodos nuevos compiten con los productos y con los métodos antiguos, no en término~ de igualdad, sino de ventaja decisiva que puede significar la muerte para los últimos. Así es como penetra el “progreso” en la sociedad capitalista. A fin de evitar ser vendidas a bajo precio todas las empresas se ven constreñidas, en definitiva, a seguir el mismo camino, esto es, a invertir por su parte, y, a fin de poder hacerlo, a reservar parte de sus beneficios, es decir, a acumular. Así, pues, todo el mundo acumula.

Ahora Marx vio este proceso de cambio industrial más claramente y se dio cuenta de su importancia fundamental más plenamente que cualquier otro economista de su tiempo. Esto no significa que entendió correctamente su naturaleza o analizó correctamente su mecanismo. Con él, ese mecanismo se resuelve en mera mecánica de masas de capital. No tenía una teoría adecuada de la empresa y su fracaso para distinguir al emprendedor del capitalista, junto con una teórica defectuosa, representa muchos casos de non sequitur y muchos errores. Pero la mera visión del proceso era en sí misma suficiente para muchos de los propósitos que Marx tenía en mente.

Marx no fundamentó, de una manera satisfactoria, la coerción a acumular que es tan esencial para su argumentación. Pero de los defectos de su explicación no resultan grandes daños, ya que, como hemos indicado, podemos nosotros mismos ofrecer fácilmente otra explicación más satisfactoria, en la que, entre otras cosas, la disminución de los beneficios se coloca, por sí misma, en el lugar que corresponde. El tipo de beneficio conjunto de un capital industrial total no necesita disminuir a largo plazo, bien porque, según Marx, el capital constante aumenta con relación al capital variable bien por cualquier otra razón. Como hemos visto basta con que el beneficio de cada empresa singular esté incesantemente amenazado por la competencia efectiva o potencial de nuevas mercancías o nuevos métodos de producción, que, más tarde o más temprano, lo convertirían en una pérdida. Así obtenemos la fuerza impulsora necesaria e, incluso un analogon a la afirmación de Marx de que el capital constante no produce plusvalía -pues ninguna reunión singular de bienes de capital permanece para siempre como una fuente de sobre ganancia- sin tener que apoyarnos en aquellas partes de su argumentación que son de validez dudosa.

Otro ejemplo lo suministra el eslabón siguiente de la cadena de Marx, su teoría de la concentración, esto es, su tratamiento de la tendencia del proceso capitalista a incrementar tanto el volumen de las instalaciones industriales, com9 el de las unidades de intervención. La única explicación que ofrece,  si se la despoja de su fantasía, se reduce a afirmaciones desapasionadas, tales como la de que “la batalla de la competencia se libra mediante el abaratamiento de las mercancías”, el cual “depende, ceteris paribus de la productividad del trabajo”;  de la que ésta depende, a su vez, de la escala de producción, y la de que “los capitales mayores aniquilan a los menores”. Esto es muy parecido a lo que dicen sobre el particular los libros de texto corrientes y no es en sí ni muy profundo ni muy admirable. Estas afirmaciones son particularmente defectuosas a causa de la importancia exclusiva que atribuyen al volumen de los “capitales” singulares, mientras que, en la descripción de los efectos de la concentración, se perjudica mucho por su técnica, que le imposibilita tratar de un modo eficaz el monopolio y el oligopolio.

Sin embargo, la admiración que tantos economistas fuera del redil profesan sentir por esta teoría no es injustificada. Para empezar, predecir el advenimiento de las grandes empresas fue, teniendo en cuenta las condiciones del día de Marx, un logro en sí mismo. Pero hizo más que eso. Enganchó perfectamente la concentración en el proceso de acumulación o más bien visualizó el primero como parte del segundo, y no sólo como parte de su patrón fáctico, sino también de su lógica. Percibió correctamente algunas de las consecuencias, por ejemplo, que “la creciente mayor parte de las masas individuales de capital se convierte en la base material de una revolución ininterrumpida en el modo de producción en sí misma”— y otras al menos en una unilateral o distorsionada manera.

Dos elementos más completarán este boceto: la teoría de Marx de Verelendung o, para usar el equivalente inglés que me he atrevido a adoptar, de la pauperización [immiserization en inglés, empobrecimiento en español], y su teoría (y la de Engels) del ciclo económico. En el primero, tanto el análisis como la visión fallan sin remedio; ambos se cuentan en su haber. Marx sin duda sostuvo que en el curso de la evolución capitalista las tasas salariales reales y el nivel de vida de las masas caería para los mejor pagados, y no mejoraría en los estratos peor pagados y que esto no se produciría a través de ningún accidente o medio ambiente circunstancial, sino en virtud de la lógica misma del proceso capitalista. Como predicción, esto era, por supuesto, singularmente calamitosa y los marxistas de todo tipo se han visto en dificultades en un aprieto para salir con bien de las pruebas claramente adversas con que se enfrentaron. Al principio, y en algunos casos aislados incluso hasta nuestros días, mostraron una notable tenacidad al tratar de salvar esa “ley” como una declaración de una tendencia real confirmada por las estadísticas salariales. Después se esforzaron por darle otro sentido, esto es, por referirla no a los tipos de salario real ni a la participación absoluta en la renta de la clase trabajadora, sino a la parte relativa de las rentas del trabajo respecto de la renta nacional total.

Pero el verdadero problema es que la estructura teórica de Marx es cualquier cosa menos confiable en ese sector: junto con la visión, la base analítica es la culpable. La base de la teoría de la pauperización es la teoría del “ejército de reserva industrial”, es decir, del desempleo creado por la mecanización del proceso de producción. Y la teoría del ejército de reserva se basa a su vez en la doctrina expuesta en la de Ricardo en el capítulo sobre maquinaria. En ningún otro lugar — excepto por supuesto la teoría del valor— el argumento de Marx depende tan completamente del de Ricardo sin agregar nada esencial. Estoy hablando, por supuesto, de la teoría pura del fenómeno solamente. Marx añadió, como siempre, muchos toques menores, como la alegre  generalización por la cual se hace la sustitución de trabajadores calificados por trabajadores no calificados para entrar en el concepto de desempleo; también añadió una riqueza infinita de ilustración y fraseología; y, lo más importante de todo, añadió el impresionante escenario, los amplios antecedentes de su proceso social.

Ricardo al principio se había inclinado a compartir la opinión, muy común en todo momento, de que la introducción de máquinas en el proceso productivo difícilmente podía dejar de beneficiar a las masas. Cuando llegó a dudar de esa opinión o, en todo caso, de su validez general, con su característica franqueza revisó su posición. … El no trató de negar, por una parte, que solamente estaba demostrando una posibilidad -aunque no inverosímil-, ni que, por otra parte, la mecanización daría lugar, al final, a un beneficio neto para el obrero, por medio de sus efectos ulteriores sobre la renta, los precios, etc. … El considera una empresa que posee un capital de una cuantía dada y que emplea a un número dado de obreros, la cual decide adelantar un paso en la mecanización. En consecuencia, dedica un grupo de estos obreros a la labor de construir una máquina que, cuando esté instalada, permitirá a la empresa prescindir de parte de ese grupo. Los beneficios pueden ser a la larga los mismos (después de los ajustes de la competencia, que eliminarán todo superbeneficio temporal), pero la renta bruta se habrá destruido exactamente en la cuantía de los salarios que se pagaban antes a los obreros que ahora se han “liberado”. La idea de Marx de la sustitución del capital variable (de salarios) por el capital constante es casi la réplica exacta a esta forma de plantearlo. El subrayado de Ricardo al exceso de población resultante tiene igualmente su paralelo exacto en el subrayado de Marx a la población excedente, cuya expresión usa alternándola con la de “ejército de reserva industrial”. La teoría de Ricardo la ha tragado, en realidad, Marx con anzuelo, cuerda y plomada.

Pero lo que puede resistir la prueba, mientras nos movemos dentro del objetivo limitado que Ricardo tenía a la vista, se hace totalmente inadecuado –de hecho la fuente de otro non sequitur, no salvado esta vez por una visión acertada de los resultados últimos~ en cuanto consideramos la superestructura que Marx construyó sobre ese endeble cimiento, pues se aferró; con una energía que tiene en sí algo de desesperada, a la conclusión condicionalmente pesimista de su maestro, como si el “caso forzado” de este último fuese el único posible, y combatió, con energía aún más desesperada, a los autores que habían desarrollado las consecuencias de la insinuación de Ricardo sobre las compensaciones que la edad de la máquina podía ofrecer a los obreros, incluso donde el ,efecto inmediato de la introducción de la maquinaria significó un perjuicio (la teoría de la compensación, la aversión favorita de todos los marxistas).

Marx tenía toda la razón para adoptar esta posición, ya que le era muy necesaria una base firme para su teoría del ejército de reserva, la cual tenía que servir para dos finalidades de importancia fundamental, aparte de otras menos importantes. En primer lugar, hemos visto que Marx, con su aversión a hacer uso de la teoría de la población de Malthus, despojó a su teoría de la explotación de lo que antes he calificado de un puntal esencial. Este puntal fue sustituido por el ejército de reserva, siempre existente, porque siempre está renovándose.

En segundo lugar, la concepción particularmente estrecha del proceso de mecanización que Marx adoptó era esencial para motivar las frases resonantes del capítulo XXXII del tomo I de Das Kapital, que en cierto sentido son la coronación final no sólo de ese tomo, sino de toda la obra de Marx. Voy a citarlas completas -más completas de lo que requiere el punto que se discute….-, a fin de presentar a mis lectores una visión de Marx en una actitud que explica igualmente bien el entusiasmo de unos y el desdén de otros. Y ya sea o no esta mescolanza de cosas el corazón mismo de la verdad profética, helas aquí:

“Mano a mano con esta centralización o esta expropiación de muchos capitalistas por pocos se desarrolla . . . el enredo de todas las naciones en la red del mercado mundial y con esto el Carácter internacional del régimen capitalista. Junto al número constantemente decreciente de Jos magnates del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de transformación, crece la masa de miseria, de esclavitud, de degradación, de explotación; pero con esto crece también el levantamiento de la clase obrera,, una clase que aumenta incesantemente en número y que es disciplinada, unida y organizada por el mismo mecanismo del propio proceso de producción capitalista. El monopolio del capital se convierte en el grillete que aprisiona el modo de producción que ha nacido y florecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la social

La aportación de Marx en el campo de los ciclos económicos es sumamente difícil de apreciar. La parte realmente valiosa de la misma consiste en unas docenas de observaciones y comentarios, la mayoría ocasionales, que están esparcidos por casi todos sus escritos. incluyendo muchas de sus cartas. Los intentos de reconstruir, partiendo de estos membra disjecta, un cuerpo que no aparece en ninguna parte hecho carne y que tal vez no existió siquiera en la n1ente de Marx, a no ser en una forma embrionaria, pueden fáciln1ente producir resultados diferentes en las distintas manos y ser viciados por una tendencia comprensible en los admiradores de Marx de imputarle, por medio de una interpretación adecuada, prácticamente todos los resultados de ulteriores investigaciones que los mismos admiradores aceptan.

La masa común de amigos y enemigos de Marx no ha vislumbrado nunca ni vislumbra ahora la clase de cometido con que se enfrenta el comentador a causa de la naturaleza de la contribución caleidoscópica de Marx en esta materia. Al ver que Marx se expresaba con tanta frecuencia acerca de ella y que su importancia para su tema fundamental era evidentemente grande, unos y otros aceptaron cono seguro que tenía que haber una teoría del ciclo de Marx sencilla y tajante y que debía ser posible deducirla de los elementos restantes de su lógica del proceso capitalista, del mismo modo que la teoría de la explotación, por ejemplo, puede ser deducida de la teoría del trabajo. En consecuencia, se pusieron a buscar tal teoría y es fácil adivinar qué fue lo que les sucedió.

Por una parte, Marx exalta indudablemente -aunque con una motivación no del todo adecuada- el enorme poder del capitalisnmo para desarrollar la capacidad de producción de la sociedad. Por otra parte, destaca incesantemente la creciente miseria de las masas. ¿No es la cosa más natural del mundo concluir que las crisis o depresiones se deben al hecho de que las masas explotadas no pueden comprar todo ]o que este aparato de producción constantemente en aumento crea o está en situación de crear y que, por esta y otras razones, que no necesitamos repetir, el tipo de beneficio baja hasta un nivel de bancarrota? Así, pues, parecemos efectivamente arribar. según el elemento que queramos realizar. a las costas de una teoría del infraconsu.mo o a las de una teoría de la superproducción del tipo más vulgar.

… La realidad es que no tenía ninguna teoría sencilla del ciclo económico. Y no puede deducirse lógicamente ninguna siguiendo sus “leyes” de la evolución capitalista. Aun cuando aceptemos su explicación del origen de la plus valía y convengamos en admitir que la acumulación, la mecanización (aumento relativo del capital constante y la superpoblación profundizan inexorablemente la miseria de las masas y se enlazan en una cadena lógica que termina en la catástrofe del sistema capitalista, incluso entonces nos falta un factor que confiera al proceso las fluctuaciones cíclicas, con carácter de necesi dad, y explique la alternación inmanente de las prosperidades y las depresiones.  Indudablemente, tenemos siempre a la mano bastantes accidentes e incidentes a los que asirnos para compensar los defectos de la explicación fundamental.

…Por último, la idea de que la evolución capitalista estallará —o superará— las instituciones de la sociedad capitalista (Zusammenbruchstheorie, la teoría de la catástrofe inevitable) ofrece un último ejemplo de la combinación de un non sequitur con una visión profunda que ayuda a rescatar el resultado.

… Estando basada, como está, la “deducción dialéctica” de Marx en el crecimiento de la miseria y la opresión que provocará la rebelión de las masas, es invalidada por el non sequitur que vicia el argumento que era establecer ese inevitable crecimiento de la miseria.

Además, hace ya tiempo que marxistas, que en lo demás son ortodoxos, han comenzado a poner en duda la validez de la afirmación de que la concentración del dominio industrial es necesariamente incompatible con el sistema funcional del capitalismo. El primero de ellos en proclamar esta duda mediante un razonamiento bien fundamentado fue Rudolf Hilferding, uno de los dirigentes del importante grupo de los neo-marxistas, quien, efectivamente, se inclinó hacia la tesis opuesta a saber: que el capitalismo podría ganar en estabilidad por medio de la concentración.

No es apenas necesario resumir de un modo detallado. Nuestro bosquejo, aunque imperfecto, debe bastar para establecer: primero, que nadie que se interese algo por el análisis puramente económico puede hablar de éxito absoluto de Marx en el dominio económico; seguro de que nadie que se interese algo por las construcciones. atrevidas puede hablar de fracaso absoluto.

En el tribunal que juzga la técnica teórica el veredicto tiene que ser adverso a Marx. La adhesión a un aparato analítico que ha sido siempre inadecuado y que en los propios días de Marx se anticuaba rápidamente; una larga lista de conclusiones que no están bien deducidas o son manifiestamente erróneas; errores que si se corrigieran cambiarían las conclusiones esenciales, a veces, en sus contrarias; todos estos cargos pueden hacerse, con razón, contra Marx en cuanto técnico teórico.

Pero un tribunal de apelación -aun cuando estuviera también limitado a las cuestiones teóricas -podría sentirse inclinado a revocar por completo este veredicto. Pues hay una aportación de verdadera importancia que registrar frente a las faltas teóricas de Marx. A través de todo lo que hay de defectuoso, incluso de anticientífico en su análisis, fluye una idea fundamental que no es ni una cosa ni otra: la concepción de una teoría, no simplemente de un número indefinido de situaciones singulares dispersas ni de la lógica de las cantidades económicas en general, sino de la concatenación efectiva de estas situaciones o de la evolución económica tal como se desarrolla por su propio impulso, a través del tiempo histórico, produciendo a cada instante aquella situación que por sí misma ha de determinar la siguiente.

Así, el autor de tantas concepciones falsas fue también el primero en vislumbrar lo que aún en la actualidad sigue siendo la teoría económica del futuro, para la cual estamos acumulando, lenta y laboriosamente, piedra y mortero, hechos estadísticos y ecuaciones funcionales. Y no solamente concibió esta idea, sino que trató de llevarla a la práctica. Todos los defectos que desfiguran su obra deben ser juzgados de otra manera, a causa de la gran finalidad a que intenta servir su argumentación, aun cuando no sean, como en algunos casos, completamente redimidos por ella. Pero Marx ha logrado efectivamente una cosa de importancia fundamental para la metodología de la economía. Los economistas siempre han utilizado ó bien el trabajo histórico económico realizado por ellos mismos o bien el trabajo histórico de los demás. Pero los hechos de la historia económica se relegaban a un compartimento separado. Si entraban en la teoría era, simplemente, desempeñando el papel de ilustraciones o posiblemente el de verificación de las conclusiones. Se mezclaban con ella sólo mecánicamente.

Ahora bien: la mezcla de Marx es una mezcla química, es decir. que él introdujo los datos históricos en el mismo razonamiento del que deriva sus conclusiones. Fue el primer economista de rango superior que vio y enseñó, sistemáticamente, cómo la teoría económica puede convertirse en análisis histórico y cómo la narración histórica puede convertirse en histoire raisonnée.  El problema análogo con relación a la estadística no intentó resolverlo. Pero, en cierto sentido, está implícito en el otro. Esto también responde a la cuestión de en qué medida la teoría económica de Marx, de la manera como se expuso al final del capítulo anterior, consiguió apuntalar su andamiaje sociológico. En esto no tuvo éxito; pero al fracasar no sólo señaló una meta, sino que fundó, también, un método.”

Fuente: Joseph A. Schumpeter. “Capitalism, Socialism, and Democray” (1943)

Arturo J. Solórzano A.
Junio, 2020

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